Papelón. Vergüenza. Golpe de gracia. Humillación. Según el nivel de ofuscación, cualquier calificativo calza para la derrota 1-2 ante Bolivia en el Estadio Nacional. Por lo inesperada, por cómo se materializó y por sus consecuencias. La tabla de posiciones permite esperanzas de cualquier tipo, pero el sentido de realidad obliga a asumir que Chile no clasificará al Mundial 2026. Las estadísticas son generosas: Quedan 30 puntos en disputa y la “Roja” está a cinco del quinto lugar (Brasil) y a seis del cuarto (Uruguay). Pero la distancia real es muchísimo mayor.
En esta doble fecha clasificatoria se apagó parte de la llama de Venezuela, lo que invita a creer que el premio de la liguilla de abajo se amplía a un puesto y medio. En contrapartida, Bolivia le sacó puntos a rivales directos (los llaneros, además de Chile) y Paraguay logró una victoria sobre el “Scratch” que no se ve por dónde el equipo de Ricardo Gareca pueda repetir en un mes más.
La nube negra que hoy domina el ánimo de hinchas, medios, futbolistas y cuerpo técnico, también aparece en el horizonte del calendario, porque en octubre Chile recibe a Brasil y visita a Colombia, que viene de superar al campeón del mundo.
Chile está golpeado, en la lona, con la mirada desenfocada, tan lejos que ni siquiera tiene a mano las cuerdas para poder afirmarse.
Hoy no hay nada a lo que se pueda aferrarse. Como dijo un jugador a la pasada en la zona mixta del Nacional, “es lo que hay”. Y no hay mucho, queda decir. No van a salir nuevos Vidal, Alexis o Aránguiz de la nada. Al proyecto más serio del fútbol chileno en la actualidad, Darío Osorio, todavía le falta para desarrollarse y echarse el equipo sobre la espalda. Pero pese a eso, dejar de combatir es lo peor que le puede pasar a la Selección y al fútbol chileno. Pasarse un año de sparring de los demás equipos del subcontinente no puede ser una opción.

No, de alguna forma, hay que volver a pararse. Aun cuando el premio no sea el Mundial.
Lo expresa el propio Gareca, nubladísimo en sus planificaciones, decisiones y observaciones ante Bolivia: hay que luchar mientras las matemáticas lo permitan o, al menos, creer en eso. Si no, la vergüenza, el papelón, la humillación, el golpe de gracia, o como quieran llamarlo, será peor.
¿Cómo? Uffff. Lo ideal, como lanzan varios por ahí: que se vayan todos, que renuncie Pablo Milad, que aprueben la Ley que cambie la administración de los clubes, que salgan los representantes de la propiedad de los equipos, que se transparente quiénes son los dueños, que se separen la Federación de la ANFP, que se organice un campeonato de cadetes de categoría, que se preocupen del estado de las canchas y un largo etcétera.
Ni como plan a mediano plazo se ve posible.
Hay que dar pequeños pasos. El primero es mental y tiene que venir de los jugadores y el cuerpo técnico; sacudirse de la pobre campaña hecha hasta ahora, asumir sus limitaciones y posibilidades, y empezar a construir desde ahí. En ese camino es imperioso encontrar una forma -y la confianza también- para llegar al gol. Es lo mínimo. Se puede ganar defendiendo o atacando, pero para hacerlo hay que anotar frente al arco contrario. Nadie ha encontrado aún la manera de hacerlo sin ese requisito.
Para el resto, no se debe claudicar en la presión a la clase dirigencial. Sabemos que la ANFP es una organización privada, tal como sus clubes asociados, más allá de los deseos y buenas intenciones de los fanáticos y de que la mayoría ocupe recintos públicos, que arriendan sin compromiso alguno por su mejoramiento, y se mueve por motivaciones propias, pero es necesario que sientan el peso sobre la necesidad de generar los cambios que se requieren: mejor reinversión de los recursos generados por las selecciones, preocupación por las divisiones inferiores, por las canchas, por el espectáculo y los hinchas.
No se puede permitir que se queden de brazos cruzados mirando desde la orilla cómo se hunde el barco. Las crisis del fútbol chileno son parte de su historia, pero después de haber disfrutado de la mejor generación, la sensación que queda es que cuando el trabajo se hace bien rinde frutos, al contrario de la desidia, la agenda propia y las excusas.
Nadie pide ser campeón del mundo. Apenas demostrar que esto del fútbol les interesa de verdad y que como cualquier negocio -si solo quieren definirlo así- es clave saber manejarlo, no pensar que los recursos de la televisión, de los auspiciadores y el público van a estar para siempre. Es necesario demostrar preocupación y capacidad de reacción. De otra forma, será un verdadero papelón. O vergüenza. O golpe de gracia. O humillación. Llámelo cómo quiera.